La figura de Alberto Núñez Feijóo como líder del Partido Popular (PP) ha sido presentada como una apuesta por la renovación, la modernidad y la regeneración moral de una formación que lleva años arrastrando escándalos de corrupción y desgaste electoral. Sin embargo, tras el telón del Congreso Nacional celebrado este fin de semana, se esconde una realidad mucho más incómoda: Feijóo no solo no rompe con el pasado, sino que se inclina deliberadamente hacia uno de los bloques más ideologizados y confrontacionales de su partido, dejando en el olvido el legado marianista de Mariano Rajoy.
Este nuevo ciclo en Génova está signado por un claro giro hacia el aznarismo , una corriente que históricamente ha defendido una derecha identitaria, firme en sus valores "sin complejos", con una visión centralista de España y un discurso a menudo polarizador. José María Aznar y su heredera política, Isabel Díaz Ayuso, han sido los grandes protagonistas del cónclave popular, ocupando posiciones claves en la agenda del partido y convirtiéndose en los verdaderos teloneros del cierre del Congreso, junto a figuras afines como Íñigo Aguirre y Manuel Aznar. Mientras tanto, Mariano Rajoy , uno de los expresidentes del partido y símbolo del marianismo —más pragmático, menos confrontacional y más centrado en la gestión—, apenas tuvo presencia real en el evento.
Feijóo, lejos de representar un puente entre las distintas sensibilidades del partido, parece haber elegido bando. Su decisión de rodearse de figuras afines al núcleo duro del aznarismo, como Alma Ezcurra , encargada de redactar el primer borrador de la ponencia política y ahora vicesecretaria de Coordinación Sectorial, o Miguel Tellado , su número dos y exportavoz parlamentario conocido por su estilo áspero y polémico, demuestra una clara apuesta por un PP más ideológico, combativo y enfrentado al Gobierno de Pedro Sánchez.
Pero lo más llamativo del congreso ha sido la ausencia casi simbólica de cualquier rastro del marianismo. No solo no hubo señales de reaparición política de Pablo Casado , quien fue marginado del partido tras denunciar públicamente supuestas irregularidades vinculadas a Ayuso, sino que ni siquiera se mencionó explícitamente el legado de Rajoy, cuyo modelo de gestión austera y discreta marcó la etapa más larga del PP en el poder. Casado, quien acusó a Ayuso de haber tenido un comportamiento “poco ejemplar” durante la pandemia por el contrato de mascarillas a su hermano, sigue fuera de escena, sin derecho a réplica ni espacio dentro del partido que lideró hasta hace poco más de un año.
Feijóo, en lugar de construir un partido más abierto y plural, parece haber optado por blindarse con un entorno político cómplice de Ayuso y leal al ideario aznarista. Este giro no solo aleja al PP de la moderación y el perfil transversal que caracterizó al marianismo, sino que refuerza la imagen de un partido dividido internamente, donde los pactos se fraguan a espaldas del debate público y las críticas se silencian con expulsiones y marginaciones.
Además, la elección de Xavier García Albiol , imputado en varias ocasiones, como presidente del Congreso, no hace más que subrayar esa tendencia de retroceso: en lugar de apostar por una renovación ética y democrática, Feijóo reafirma su confianza en perfiles cercanos al ala más dura del partido. Y mientras Ester Muñoz, nueva portavoz del Grupo Popular en el Congreso, agita el discurso interno con frases polémicas sobre inversiones del Gobierno o comparaciones inapropiadas en materia de seguridad, el partido sigue dando la espalda a quienes antes intentaron denunciar desde dentro las sombras que oscurecen su futuro.
En definitiva, el Congreso del PP no fue un acto de refundación, sino de consolidación de un proyecto que mira hacia el pasado. Un proyecto que, bajo la fachada de la modernización, oculta un pacto tácito con el aznarismo más rancio y confrontacional, dejando en el limbo al marianismo, aquel que, pese a sus errores, logró gobernar con estabilidad y pragmatismo. El sometimiento de Feijóo al aznarismo no solo es evidente: es inquietante para quienes esperaban un partido diferente, más transparente y menos sectario. Lo ocurrido en este congreso no fue un rearme ideológico, sino una rendición ante viejos fantasmas que amenazan con sepultar cualquier atisbo de cambio real.
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