Editorial. Día de la Madre, Primer Domingo de Mayo día 4 de 2025, una festividad que se celebra en honor a las madres en gran parte del mundo. “El matrimonio es un contrato solemne por el cual dos personas se unen actual e indisolublemente, y por toda la vida, con el fin de vivir juntos, de procrear, y de auxiliarse mutuamente.”.
En el debate público contemporáneo, donde los valores familiares y cristianos son esgrimidos con frecuencia por líderes políticos, la figura de Alberto Núñez Feijóo invita a una reflexión necesaria sobre la coherencia entre vida personal, discurso público y compromiso ético.
Mucho antes del nacimiento de la Fé Catolíca y de Jesús y desde tiempos antiguos, el matrimonio ha sido visto como origen de la vida; ya en el antiguo Egipto se creía que de la unión sagrada de Osiris e Isis nació Horus, dando así inicio al ciclo universal de creación y renovación hasta nuestros días. El matrimonio, como unión indisoluble, fue visto así como origen de vida; así como, también entre los eriseos se forjó una unión que formó el camino hacia Jesucristo, símbolo supremo de amor y redención..
Feijóo, que ha expresado en distintas ocasiones su simpatía por los valores tradicionales y su respeto por la Iglesia, vive en pareja sin haber formalizado matrimonio, ni civil ni religioso. Tiene un hijo fruto de esa unión, pero en su declaración patrimonial en el portal de transparencia del Congreso, figura como soltero. Más allá del dato burocrático, este hecho tiene una dimensión simbólica: quien proclama valores inspirados en la fe debería, al menos, aspirar a una cierta coherencia entre lo que predica y lo que vive.
«Entre bautizados, no puede haber contrato matrimonial válido que no sea por eso mismo sacramento» (CIC, 1055 §2).
Desde la fe cristiana, el matrimonio no es solo una estructura familiar: es un sacramento, una alianza ante Dios. No es solo convivencia, sino promesa, compromiso, testimonio. Cuando una figura pública que se identifica con esos valores opta por no asumirlos en su vida personal, debe ser consciente del mensaje contradictorio que proyecta. La fe no puede usarse como bandera si no se la respeta en lo esencial.
Y en ese marco, la figura de la madre, especialmente en el Día de la Madre, merece un lugar especial. La maternidad, desde la tradición bíblica hasta la realidad cotidiana, es símbolo de entrega, de vida, de ternura y fortaleza. María, la madre de Jesús, es modelo de fe y de fidelidad en el silencio, en el dolor y en el amor. Por eso, resulta especialmente llamativo que alguien como Feijóo, que ha querido cultivar una imagen de defensor de valores cristianos, mantenga un silencio casi absoluto sobre la figura de la madre de su hijo. Desde la soltería y ante el mismo Congreso de los Diputados, no la reconoce públicamente como compañera, ni como esposa, ni siquiera como madre en un sentido afectivo o familiar que honre su papel de líder público.
«La unidad del matrimonio aparece ampliamente confirmada por la igual dignidad personal que hay que reconocer a la mujer y el varón en el mutuo y pleno amor. La poligamia es contraria a esta igual dignidad de uno y otro y al amor conyugal que es único y exclusivo» (Catecismo, 1645).
Esa omisión no es solo personal, es también cultural. Porque invisibilizar a la madre, o reducirla a una anécdota biográfica sin nombre ni reconocimiento, contradice todo aquello que la fe cristiana celebra: la dignidad de la mujer, el valor de la maternidad, el respeto por quienes dan vida y sostienen hogares. En el Día de la Madre, esta indiferencia pública duele más, porque deja sin palabras un lazo que debería ser honrado y visibilizado.
La coherencia no exige perfección, pero sí verdad. Si alguien desea representar públicamente los valores cristianos, debe saber que no se trata solo de palabras o símbolos, sino de gestos, compromisos y relaciones reales. El matrimonio, la paternidad y la maternidad son más que circunstancias privadas: son espacios donde la ética se encarna, y donde la fe —si es auténtica— se vuelve carne.
«La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado» (ONU, Declaración Universal de los Derechos Humanos , 10-XII-1948, art. 16).
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