Resulta cada vez más difícil comprender cómo ciertos representantes públicos, que deberían encarnar los intereses y la dignidad del pueblo, pueden llegar a actuar con tanto desprecio hacia quienes los han elegido. Alfonso Rueda, actual presidente de la Xunta de Galicia y figura destacada del Partido Popular gallego, se ha convertido en un ejemplo palpable de esa clase de político que no solo ignora a buena parte de la sociedad que gobierna, sino que parece mofarse abiertamente de ella. Y lo más grave: lo hace con el aval de unas urnas que, de forma preocupante, han premiado su falta de empatía y compromiso.
La manifestación celebrada recientemente en Santiago de Compostela es una muestra clara del hartazgo de una ciudadanía que se siente abandonada, ridiculizada y utilizada. Las miles de personas que se concentraron en la capital gallega no solo estaban allí por una causa concreta, sino también para expresar un profundo malestar acumulado por años de políticas que han vaciado de contenido la democracia gallega. Sin embargo, para Rueda y su entorno, esta manifestación no mereció más que la indiferencia o, peor aún, el sarcasmo. Esa actitud es inaceptable.
Quienes no han votado al Partido Popular ya tienen claro que este gobierno no los representa. Pero, ¿qué ocurre con aquellos que sí le dieron su confianza? ¿Qué explicación tiene que un presidente que ha recibido el voto de miles de gallegos actúe como si su único interés fuera proteger su sillón y beneficiar a su círculo más cercano, como su conocida tía, Paloma Rueda? La sensación generalizada es que el presidente de la Xunta no gobierna para Galicia, sino para una pequeña élite que gira en torno al poder y a sus propias redes de influencia. ¿Dónde queda entonces el respeto al mandato popular?
Rueda representa, de forma descarnada, la escoria política del siglo XXI: ese perfil institucional que ni escucha ni dialoga, que se refugia en una burbuja de autocomplacencia y clientelismo, mientras la Galicia real sufre la falta de servicios, el abandono del rural, la precariedad de la juventud y la emigración constante. Cada gesto suyo, cada rueda de prensa vacía, cada desprecio a la ciudadanía movilizada, refuerza la imagen de un presidente desconectado, arrogante y políticamente agotado.
La movilización en Santiago no fue solo un acto simbólico, fue una expresión de resistencia, de dignidad, y sobre todo, de hartazgo. Pero para los votantes del PP, y especialmente para los que siguen confiando ciegamente en el "carretado" de votos que los mantiene en el poder, lo que ocurrió ayer parece no tener importancia. Se ríen de la gente que salió a la calle, como si defender derechos, reclamar respeto o exigir justicia fuese una pérdida de tiempo. Esa burla es doblemente ofensiva: no solo se mofan de quienes protestan, sino también de los principios democráticos más elementales.https://t.co/xDYPiUpNVk https://t.co/wXXrQkxxkv" / X" />
Es urgente que Galicia despierte de este letargo político. Es hora de que la ciudadanía, incluida aquella que ha votado al Partido Popular con buena fe, exija explicaciones y responsabilidades. No se puede seguir premiando la incompetencia, la soberbia y el desprecio. Alfonso Rueda podrá seguir gobernando, pero cada día queda más claro que no representa a Galicia. Representa, en todo caso, a sí mismo y a quienes viven cómodamente dentro de su red clientelar.
La democracia no es un cheque en blanco, y gobernar no es burlarse de la gente. Es hora de decir basta.
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