Mientras Isabel Díaz Ayuso se pasea por platós de televisión y José Luis Martínez-Almeida reparte contratos millonarios con una sonrisa de autosuficiencia, los bomberos de la Comunidad de Madrid ven cómo los techos de sus centros de trabajo se vienen abajo. Literalmente.
El último episodio vergonzoso ha tenido lugar en el Parque de Bomberos de Aldea del Fresno, donde el falso techo del aula de formación se ha desplomado por completo. Afortunadamente —y por pura casualidad— ocurrió de madrugada, en una sala desierta. Si el accidente se hubiese producido en horario de entrada de turno, podríamos estar hablando de una tragedia con más de una veintena de profesionales en peligro.
Y este no es un caso aislado. Parques como los de Tres Cantos, Torrejón, Getafe o Leganés arrastran el mismo problema: instalaciones tercermundistas, mantenimientos inexistentes y una desidia institucional vergonzosa. El cuerpo de bomberos —ese mismo que responde a emergencias, salva vidas, contiene incendios y arriesga el pellejo cada día— trabaja en condiciones indignas que avergonzarían a cualquier gobierno mínimamente responsable. Pero en Madrid, la prioridad parece ser otra: propaganda, inauguraciones vacías y el clientelismo de siempre.
El Sindicato de Bomberos de la Comunidad de Madrid, que representa a casi el 70% de la plantilla, ha denunciado estos hechos ante la Comisión de Salud Laboral y ha pedido la clausura del parque de Aldea del Fresno hasta que se garantice la seguridad. También han anunciado una denuncia ante el Ministerio de Trabajo, porque ya no basta con notas de prensa o cartas desesperadas: hace falta intervención institucional. Hace falta vergüenza.
Y mientras tanto, ¿qué hacen Ayuso y Almeida? Se llenan la boca hablando de libertad y eficiencia, mientras dilapidan fondos públicos en estructuras opacas y chiringuitos políticos como la Agencia de Seguridad y Emergencias 112, que prometía ser la gran solución al caos y ha acabado siendo otra capa de burocracia inútil que agrava los problemas en lugar de resolverlos.
Por si fuera poco, el sindicato también ha denunciado ante la justicia la mala utilización de los fondos UNESPA, una partida presupuestaria que debería destinarse exclusivamente al cuerpo de bomberos y que, según sus propias investigaciones, ha desaparecido por los pasillos oscuros de la administración autonómica. Hablamos de 44 millones de euros —sí, millones— que deberían haberse invertido en mejorar condiciones, comprar equipamientos y modernizar infraestructuras. Y sin embargo, seguimos sumando techos derrumbados y parques en ruinas.
No se trata ya de ideología, se trata de prioridades. De lo que revela un gobierno cuando elige la propaganda por encima de la seguridad. Cuando deja que sus bomberos trabajen entre escombros, mientras reparte millones en contratos a dedo, redes clientelares o campañas de autobombo. La torre de Babel de Ayuso y Almeida no solo es una metáfora de soberbia y caos; es ya una realidad física en cada parque de bomberos que se cae a pedazos mientras sus responsables miran hacia otro lado.
Madrid no puede seguir siendo un escaparate brillante con cimientos podridos. Porque cuando el decorado se cae, los que quedan atrapados entre los cascotes son siempre los mismos: los que trabajan, los que protegen, los que nunca salen en la foto.