Movimientos ciudadanos en Europa y América impulsan un boicot histórico a empresas estadounidenses, fusionando activismo político y conciencia ecológica.
Berlín, Madrid, París, Ciudad de México
En un contexto de tensiones geopolíticas y crisis climática, una iniciativa ciudadana sin precedentes está uniendo el rechazo a las políticas proteccionistas de Donald Trump con la urgencia de proteger el planeta. El eje de esta campaña global: dejar de consumir Coca-Cola, símbolo del capitalismo estadounidense y de la huella ambiental corporativa.
El origen del boicot: Trump, los aranceles y Groenlandia
Tras el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en enero de 2024, su anuncio de una "guerra arancelaria generosa" —que incluye medidas para favorecer a empresas estadounidenses y penalizar importaciones— ha desencadenado una ola de indignación mundial. La polémica intentona de anexión de Groenlandia, territorio autónomo danés, fue la chispa que encendió el movimiento en Europa. En Dinamarca, ciudadanos están reemplazando Coca-Cola por bebidas locales como Faxe Kondi y promoviendo el "antiamericanismo responsable".
Francia, por su parte, lidera un "proteccionismo gastronómico", incentivando el consumo de vinos de Burdeos y quesos Brie en lugar de productos californianos. "No se trata solo de Trump; es sobre redefinir nuestra soberanía cultural y reducir la dependencia de multinacionales que dañan el medio ambiente", declara Émilie Rousseau, portavoz del colectivo Consommez Local.
De Coca-Cola a Tesla: Un boicot multisectorial
La campaña, bautizada en redes sociales como #DropUSBrands, ha trascendido lo alimentario:
- Tecnología: Apple, Intel y Tesla —esta última dirigida por Elon Musk, ahora aliado de Trump en su "Departamento de Eficiencia Gubernamental"— enfrentan críticas por su papel en políticas de recortes sociales.
- Automoción: Ford y General Motors son señaladas por su resistencia a adoptar estándares ambientales globales.
- Moda y streaming: Nike y Netflix son cuestionadas por prácticas laborales y su influencia cultural homogenizadora.
Sin embargo, Coca-Cola sigue siendo el ícono de la protesta. Según la ONG Earth Matters, la compañía utiliza 3 litros de agua por cada litro de refresco producido, además de ser una de las mayores contaminantes por plásticos de un solo uso. "Dejarla no solo es un acto político; es un compromiso con la Tierra", subraya Luca Fernández, activista ambiental en México.
Trump responde: "Aranceles generosos para un Estados Unidos fuerte"
Desde Washington, el presidente ha defendido sus medidas: "Estados Unidos ha sido estafado durante décadas. Estos aranceles son justos y traerán prosperidad". Sin embargo, economistas advierten sobre posibles guerras comerciales y el FMI ha reducido sus proyecciones de crecimiento global para 2025.
El impacto ambiental: Más allá de la protesta
El movimiento no solo busca presionar a Trump. Colectivos ecologistas destacan que abandonar Coca-Cola reduce el consumo de plástico y apoya economías circulares. En India, por ejemplo, la campaña Water Over Cola promueve el agua local en lugar de refrescos, combatiendo la escasez hídrica. "Cada botella que no compras es un voto por un modelo económico distinto", afirma Priya Kapoor, coordinadora del movimiento.
Conclusión: Un grito global con doble propósito
La iniciativa refleja un cambio de paradigma: el consumo como herramienta política y ecológica. Universidades en Alemania ya retiraron máquinas de Coca-Cola, mientras ayuntamientos en España sustituyen Starbucks por cafés de comercio justo. "Es la primera vez que una protesta contra un líder político se entrelaza tan claramente con la lucha ambiental", analiza el sociólogo Jean-Luc Mercier.
¿Qué sigue?
El 2 de abril, día que Trump ha denominado "Día de la Liberación", organizaciones planean manifestaciones frente a embajadas estadounidenses y lanzarán una guía de alternativas locales a marcas boicoteadas.
Palabras clave: Boicot a Coca-Cola, Trump, guerra arancelaria, sostenibilidad ambiental, antiamericanismo, proteccionismo gastronómico, #DropUSBrands.