"Los corruptos frecuentan la iglesia, ¿por qué?. Porque parecen buscar el perdón divino para sus acciones terrenales. Sin embargo, su presencia en estos lugares, sagrados no absuelve sus pecados y destruyen la fe de todos los que allí los ven, por que plantea interrogantes veraces sobre la verdadera sinceridad de sus intenciones, al ser una constante su latrocinio y su presencia de la falsa fe en Dios.
En vez de enfrentarse al futuro infierno en el más allá, parecen vivirlo aquí mismo, en el sufrimiento y la injusticia que perpetran sobre la sociedad, los creyentes y sobre todo, la verdadera cara de la fe.
La ironía se hace evidente cuando buscan redención en un sitio de fe, mientras sus acciones contradicen los valores fundamentales que deberían regir sus vidas.
¿Acaso esperan encontrar consuelo en las paredes de una iglesia, mientras sus acciones causan estragos en la comunidad?
Quizás sea momento de reflexionar sobre el verdadero significado de la moralidad y la responsabilidad, y reconocer que la verdadera redención no viene de las palabras, sino de los actos que transforman y sanan."
Por ello, la siglesias deberían prorhibir la entrada a quienes están destruyendo su verdadera razón de ser.
Feijóo dice que tuvo al apóstol de Santiago como "asesor ..+
¿Qué dice la Biblia sobre la ambición? de los falsos ador@s de la fe en Dios.
La ambición se define como "un intenso impulso por el éxito o el poder; un deseo de alcanzar el honor, la riqueza o la fama". Ser ambicioso, en el sentido del mundo, es básicamente estar decidido a tener más que el vecino. Su lema es "Aquel que muere con más juguetes gana"; la ambición se esfuerza por ser el número uno. Sin embargo, en la Biblia, la palabra ambición tiene una dimensión totalmente nueva: "Procurad tener tranquilidad, ocupándoos en vuestros negocios y trabajando con vuestras manos..." (1 Tesalonicenses 4:11; cf. Filipenses 1:17; Efesios 5:8-10).
Mientras el mundo nos enseña a hacer todo para ser los mejores y tener lo mejor, la Biblia nos enseña lo contrario: "Nada hagáis por rivalidad o por vanidad; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo" (Filipenses 2:3). El apóstol Pablo nos dice: "Por tanto, procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables" (2 Corintios 5:9). La palabra griega para "ambición", philotim, significa literalmente "estimar como un honor". Ser ambicioso, en sí mismo, no es malo; es lo que estimamos u honramos lo que puede ser un problema. La Biblia enseña que debemos ser ambiciosos, pero el objetivo es ser aceptados por Cristo, no por el mundo. Cristo nos enseñó que ser el primero en el Reino es convertirse en un siervo (Mateo 20:26-28; Mateo 23:11-12).
Pablo hizo una pregunta perspicaz: "¿Acaso busco ahora la aprobación de los hombres o la de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres?". Su respuesta: "Si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo" (Gálatas 1:10). Más tarde, Pablo repitió: "Al contrario, si hablamos es porque Dios nos aprobó y nos confió el evangelio. No procuramos agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones" (1 Tesalonicenses 2:4). Pablo está afirmando una verdad declarada por el propio Jesús: "¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros y no buscáis la gloria que viene del Dios único?" (Juan 5:44). Debemos preguntarnos cuál es nuestra ambición: ¿agradar a Dios o agradar al hombre?
Las Escrituras enseñan claramente que los que buscan el honor y la estima de los hombres no pueden creer en Jesús (Mateo 6:24; Romanos 8:7; Santiago 4:4). Aquellos cuya ambición es la de ser populares en el mundo no pueden ser verdaderos y fieles siervos de Jesucristo. Si nuestra ambición es buscar las cosas del mundo (1 Juan 2:16; Romanos 13:14), en realidad, estamos buscándonos a nosotros mismos y negando a Cristo y su sacrificio (Mateo 10: 33; Mateo 16:24). Pero si nuestra ambición es buscar y honrar a Cristo, estamos seguros de Su profunda promesa: "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas" (Mateo 6:33; cf. 1 Juan 2:25). Ir a la fuente...+